Levantamos tantos abriles como pudimos
entre las sombras de mil derrotas anteriores,
marcamos sin contemplación
el número equivocado
y ahora el océano escupe cadáveres
mientras te veo sonreír señalando al rey desnudo.
Entraron con las corbatas bien puestas a la facultad de filosofía.
Aun cuando no habíamos digerido el relato
y escribías versos en las últimas páginas del cuaderno de apuntes
seguíamos con esperanza.
Clavándose mi enojo en las circunstancias de un café derramado,
aparcando en doble fila tras los ventanales de un otoño
más gris que el anterior,
sabiendo que el futuro no tiene forma de canción
ni de la misma ciudad que ardía ante nuestros ojos,
huíamos con el freno puesto.
La rabia se volvió silencio
y en las veredas dejaron de crecer amapolas.
Condenados a mañana,
al turno de ocho horas,
al fregado de última hora
en una pila repleta de histeria.
Todo es artificio, huele a plástico quemado,
dar vuelta a las mentiras y caminar hacia la utopía.
Tiempo de rebajas, de espantapájaros sin cerebro
y hombres de hojalata y sin corazón.
¿Quién tuvo la idea de resistir al viento en una casa de paja?
Aimar Esteban Cuevas